Hastiado por la falta de sentido de la vida, especialmente de la de los demás, con el cuello entumecido debido a la mala posición de mi cuerpo enterrado durante horas en el sofá, esa tarde abominable me erguí y cabeceé la televisión hasta que el locutor del Juego de la cédula sucumbió definitivamente entre el clamor crujiente de los chips esparcidos por la alfombra.
Volví a arrojarme en el sofá, y permanecí compenetrado en las formas abstractas de una mancha de humedad que colonizaba el techo...
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